miércoles, 24 de marzo de 2010

El flujo




Hay una cuestión interesante dentro de las experiencias transpersonales y es que, independientemente de lo que el sujeto experimente, se origina en su interior lo que se denomina “experiencias de flujo” (M. Csikszentmihalyi) y que se relacionan con una especie de ordenamiento de la mente. Uno de los problemas con los que se topa el individuo es la entropía psíquica, ese desorden en la conciencia que se produce cuando la información que recibe entra en conflicto con su personalidad y que se manifiesta como inquietud, rabia, dolor, etc…Como sabemos cualquier suceso externo aparece en la conciencia como mera información, sin valores positivos o negativos; es la personalidad la que, al interpretar esa información, le da un valor: es positivo o negativo, agradable o desagradable.

El estado opuesto sería, pues, el de experiencia óptima o de flujo, en la que todo parece encajar, el tiempo y el espacio desaparecen tal y como los experimentamos habitualmente y la persona “se va convirtiendo en un individuo único, menos predecible, poseedor de habilidades poco comunes” (M. Csikszentmihalyi). El flujo ayuda a integrar la personalidad porque en ese estado la conciencia está bien ordenada, la experiencia es armónica y uno se encuentra más integrado no sólo internamente sino, además, respecto al mundo en general. La personalidad crece, llega a ser más compleja como resultado de dos procesos psicológicos apuntados en capítulos anteriores: la diferenciación y la integración. “Una personalidad compleja es la que logra combinar estas dos tendencias” (M. Csikszentmihalyi).

Un enfoque oriental de las experiencias de flujo, aunque como veremos va más lejos de lo que en psicoterapia se conoce como la práctica del darse cuenta, lo encontramos en diversas escuelas de Budismo. Concretamente la meditación Vipassana introduce a quien la practica en la observación del flujo de la experiencia pero enfatizando la importancia de la atención al cuerpo y a lo que sucede en la mente; no se trata únicamente de estar atento y consciente a todo lo que se presenta a nivel emocional, sensorio, intelectual o motivacional, sino que su contemplación ha de hacerse desde una actitud particular que consiste en no fijar la mirada interna en nada en particular ni tampoco rechazar nada, en suma: no elegir, manteniendo una actitud de ecuanimidad y desapego. El Dr. Claudio Naranjo afirma que: “La práctica de observar el flujo de la experiencia conlleva un examen de esa experiencia que equivale a una verificación experimental de los postulados del dharma (*) y a deshacer la ignorancia u obscuración mental que nos lleva a atribuir permanencia a lo impermanente e individualidad al fluir siempre cambiante de la vida. (Entre Meditación y Psicoterapia) (pag. 202)

Esta breve exposición de lo que significa el flujo en las experiencias de la conciencia nos introduce en la carta de La Templanza donde se ve a un ángel intercambiando líquido entre dos jarras. La visión que aquí toman los opuestos es de que actúan simultáneamente, que uno no puede existir sin el otro y que únicamente el equilibrio que se produce al combinarlos es el que producirá la aceptación plena de quienes somos. En cierto sentido la manifestación del bien y del mal, de lo positivo y lo negativo, se reduce a cuestiones de grado más que de polaridades enfrentadas. El trasvase del líquido se realiza, en esta carta, de forma fluida, moderada; nos da a entender que consciente e inconsciente se encuentran unidos, no suponen dos “cosas” distintas sino dos opciones, o visiones, de la misma “cosa” y que operan unidos.
Cuanto más sincrónico sea el trasvase de uno a otro, cuanto “más de acuerdo” se pongan entre sí las polaridades, mayor será el orden en la conciencia total del individuo, mejor la comprensión de sí mismo y del mundo y mayor será el control sobre la complejidad de su existencia.

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